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2025
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—“¿Y si sí?” —me preguntó.
—“No existe, no se puede” —pensé yo, como si en el fondo supiera que sí era posible, pero requería que muchas partes de mí murieran.
Y la realidad era que lo que quería no existía. Realmente no existía.
Me estaba proponiendo pensar que podía dedicar mi tiempo a ser jugadora de fútbol. En algún punto, ya lo hacía. Pero no estaba siendo mi prioridad.
En ese momento, estaba teniendo —lo que luego me enteré que eran— ataques de pánico. No podía estar más de veinte minutos en la clase de Derecho sin que sintiera que el aire me empezaba a faltar. Me tenía que ir corriendo a mi casa.
Mi cuerpo no me dejaba ir a la universidad.
Mi mente me repetía TODAS las historias posibles para que siguiera yendo. Pero mi alma se encargó de que mi cuerpo me diera la noticia: lo que estaba haciendo no era para mí.
No había mucha diferencia. En las clases estudiaba nutrición, y mentalmente practicaba cómo pegarle a la pelota…
“¿Y qué es lo que realmente te gusta?” —quería a toda costa saber qué profesión era para mí, pero no la encontraba.
—“Jugar al fútbol… pero no existe.”
Y ahí es que vino esa pregunta que aniquiló todos mis pensamientos.
En aquel momento, el fútbol femenino era menos que profesional. Teníamos que pagar por ir a entrenar.
Pero era lo único que me hacía feliz.
Se ve que algo ya había dentro, porque ni bien se abrió esa posibilidad, encontré becas en USA para jugar y estudiar.
Así fue como, en menos de un mes, ya me había inscripto en pruebas; a los tres meses, ya tenía cuatro ofertas; y a los seis, ya estaba pisando Mississippi.
Finalmente, la locura se estaba convirtiendo en realidad.
Así es como comenzó mi vida. Mi real vida.
Con 21 años, sola, y con un millón de bytes mentales que cambiar.